Hoy, la Liturgia de la Palabra no permite silenciar la ternura de Dios. Gracias a la oración de Moisés, “El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”. A Jesús se le acusa “de acoger a los pecadores y de comer con ellos”. San Pablo testifica: “Podéis fiaros y aceptar sin reservas lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”.
Ante tanta contundencia no hay mejor respuesta que la del hijo menor de la parábola: “Me pondré en camino adonde está mi padre”. “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta…”. (Ciudad Redonda)
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