viernes, 10 de abril de 2009

VIERNES SANTO: PASIÓN Y CRUZ DE CRISTO

1. El secreto de la cruz es el amor. El viernes santo es un día polarizado litúrgicamente en torno a la pasión del Señor y su muerte en la cruz. Hoy se cumple el repetido anuncio de Jesús en los evangelios sobre su muerte violenta en Jerusalén. La pregunta es obvia: ¿Por qué tenía que ser así? La respuesta más profunda y válida solamente Dios puede darla, pues pisamos el terreno insondable de la voluntad divina y su proyecto eterno de redención realizado en Cristo.Ni Dios Padre ni Jesús mismo quisieron el sufrimiento, la pasión dolorosa y la muerte violenta por sí mismas, pues son realidades negativas sin valor autónomo. La valía del dolor, pasión y muerte de Cristo radica en el significado que reciben desde una finalidad superior: la salvación del hombre, a quien Dios ama. Verdad central de nuestra fe: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo.Nos consta sobradamente la repugnancia natural de Jesús, como hombre que era, ante los sufrimientos de su pasión, tanto físicos: tortura, flagelación, coronación de espinas, crucifixión, como psíquicos: traición de Judas, precio de esclavo a su persona, negación de Pedro, deserción general de los discípulos, ingratitud del pueblo judío, odio de sus jefes religiosos. La “agonía” de Getsemaní es un prólogo suficientemente elocuente a este respecto.Jesús, no obstante, acepta el plan del Padre: No se haga mi voluntad, sino la tuya. Éste es el motivo y la razón de la obediencia de Cristo: el querer del Padre, que es la salvación del hombre por el amor que le tiene. Jesús carga con la cruz de su pasión por fidelidad al Padre y por amor al hombre, es decir, por solidaridad con sus hermanos. El motivo parece doble, pero en el fondo es único, porque la voluntad del Padre es el amor y la salvación del hombre.“Por nosotros y por nuestra salvación”, como decimos en el credo, es la razón teológica que nuestra fe nos descubre para explicar y en-tender toda la vida de Jesús desde la encarnación a su pasión, muerte y resurrección. La segunda lectura de hoy afirma: “Cristo, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna” (Heb 5,8s).

2. Amor con amor se paga. El misterio de la cruz en la vida de Jesús – y, por tanto, también en la nuestra – es revelación cumbre de amor, pues no hay modo más verídico de expresar amor que dar la vida por aquellos a quienes se ama. Pues bien, el poema sublime de amor que es la vida, pasión y muerte de Cristo pide de nosotros una respuesta también de amor. “Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero. Pero si alguno dice: 'Yo amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,19s).Creemos y decimos que la cruz es la señal del cristiano no por masoquismo espiritual, sino porque la cruz es fuente de vida y de liberación total, como signo que es del amor de Dios al hombre por medio de Jesucristo. El amor que testimonia su cruz es la única fuerza capaz de cambiar el mundo, si los que nos decimos sus discípulos seguimos su ejemplo.Jesús pudo habernos salvado desde el triunfo, el poder y la gloria; es decir, desde fuera, como un superhombre. Pero prefirió hacerlo desde dentro de nuestra condición humana; ser uno más, demostrándolo a base de humildad, servicio, obediencia y renuncia, en vez de imponerse desde la categoría y el poder. Este segundo es nuestro estilo. Pero Cristo no vino para que le sirvieran, sino para servir; por eso, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz y la ignominia.El Señor nos invita a seguirlo en la autonegación que nos libera, abrazando con amor la cruz de cada día, siempre presente de una u otra forma, y de la que inútilmente intentaremos escapar. Saber sufrir por amor es gran sabiduría. El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará, dijo Cristo. El secreto de la cruz de Jesús es el amor, y la única manera de entenderla y convertirla en fuente de vida es amar generosamente a Dios y a los hermanos.
B. Caballero: La Palabra cada día

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